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Informes

Violencia conyugal en la República Dominicana: Hurgando tras sus raíces

Asociación Dominicana Pro-Bienestar de la Familia (PROFAMILIA)


ProfamiliaInforme ejecutivo
Francisco I. Cáceres Ureña, Ph.D.
Lic. Germania Estévez Then


Con los auspicios de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional


PrpfSanto Domingo, noviembre del 2004


Conclusiones


La violencia contra la mujer constituye un fenómeno que en épocas recientes ha ocupado una parte importante de los espacios en los medios de comunicación de masas. Sin embargo, contrasta el hecho de que se hace referencia a un fenómeno cuya existencia se remonta a los propios orígenes de la sociedad, mientras su reconocimiento como problema social y de salud data de épocas muy recientes.


Informaciones provenientes de la ENDESA-2002, aún con algunas limitaciones que pudiesen tener referentes a omisión, ponen de manifiesto la gravedad de este problema en la República Dominicana. De acuerdo a esta fuente, el 24% de la generación de mujeres con edades entre 15 y 49 años ha sido víctima de agresiones físicas después de haber cumplido los 15 años. Ese riesgo de agresión puede alcanzar valores de hasta 40% en el caso de las mujeres separadas o divorciadas y 33% entre las trabajadoras del servicio doméstico. Estas agresiones provienen básicamente del marido o exmarido (63%) y en menor medida de la madre (14%), del padre (10%) y de otro pariente (9%).


Cuando se alude en forma particular a aquella violencia perpetrada por el marido o exmarido se encuentra que el 22% de quienes tienen o han tenido marido han sido maltratadas físicamente por su compañero, cifra que alcanza a un tercio de las trabajadoras domésticas y de aquellas mujeres que terminaron la unión conyugal y ahora están separadas o divorciadas. Al hacer referencia a la violencia emocional, la proporción de mujeres maltratadas por su compañero o excompañero llega a 67% cuando se hace referencia a por lo menos una forma de control sobre su vida, 23% cuando se alude a por lo menos tres y 18% cuando como indicador se usa el haber sido víctima de amenazas y/o humillaciones. Esas proporciones pueden alcanzar, en el caso del indicador de violencia emocional basado en por lo menos una forma de control, un valor alrededor de 80% entre las trabajadoras en servicios domésticos, adolescentes y mujeres actualmente separadas o divorciadas. Cuando las agresiones de tipo emocional son medidas a través del segundo indicador pueden llegar a afectar a cerca de un tercio de las mujeres en esas mismas tres categorías, mientras que cuando la violencia alude a haber sido humillada y/o amenazada puede alcanzar a más de un cuarto de las trabajadoras en servicios domésticos y mujeres separadas o divorciadas.


Los resultados derivados del análisis multivariado, en que las 14 características consideradas en el estudio de la violencia conyugal se analizan en forma conjunta, se pone de manifiesto que el riesgo de que una mujer sea maltratada por su cónyugue o excónyugue es un fenómeno multicausal. El que una mujer sea agredida físicamente depende de 11 de esos factores, mientras que la agresión emocional también es función de 11 características.


Los resultados del análisis multivariado ponen de manifiesto que, independientemente de las circunstancias que rodeen a la mujer, el hecho de ser agredida físicamente por su compañero o excompañero depende del contexto geográfico donde reside (región y zona de residencia), de seis atributos suyos (grupo ocupacional, escolaridad, nivel de información, religión, edad y estado conyugal) y tres características del marido o exmarido. Mientras tanto, el riesgo de ser víctima de violencia emocional, además del entorno geográfico de residencia (región y zona de residencia), está supeditado a cinco atributos individuales (grupo económico familiar, grupo ocupacional, religión, edad y estado conyugal) y a las cuatro características de la pareja o expareja (grupo ocupacional, escolaridad, edad y estatus en relación al consumo de alcohol).


Si se controlan los efectos de las diferentes variables, las mujeres más propensas a convertirse en víctimas de malos tratos físicos son. las residentes en las regiones Distrito Nacional (Distrito Nacional y Provincia de Santo Domingo), Nordeste y Enriquillo, seguidas por aquellas con residencia en el contexto regional Norcentral, Este, El Valle y Cibao Central; quienes viven en ciudades; las trabajadoras en servicios, trabajadoras manuales y trabajadoras en servicios domésticos; quienes tienen menos de 12 años de estudio; las menos informadas; las pertenecientes a religiones diferentes a la Católica; las adultas jóvenes (20-34 años); las separadas y divorciadas, seguidas por la unidas consensualmente; y las esposas o exesposas de trabajadores del comercio y trabajadores manuales, de hombres con menos de seis años de estudio y de consumidores de alcohol.


Mientras tanto, cuando se analiza la contribución neta de cada variable, las mujeres con mayor riesgo de maltrato emocional son. aquellas que viven en el conglomerado regional Distrito Nacional (Distrito Nacional y Provincia de Santo Domingo), Nordeste y Enriquillo, seguidas por quienes residen en las regiones Norcentral, Este, El Valle y el Cibao Central; las citadinas; las pertenecientes al grupo económico familiar medio; las trabajadoras del servicio doméstico; las pertenecientes a una religión diferente a la Católica; las adultas jóvenes y las adolescentes; las separadas y divorciadas, seguidas en orden de importancia por las unidas en forma consensual; y las compañeras o excompañeras de trabajadores del comercio y de trabajadores manuales, de hombres con niveles bajos de escolaridad, de hombres más viejos y de consumidores de alcohol.


Conforme a lo observado en relación a otros aspectos vinculados a la interacción social, en principio se postulaba una menor propensión a la violencia conyugal entre las mujeres jóvenes, derivada de su adscripción a grupos generacionales más modernos y, por tanto con actitudes más positivas frente a la vida en sus diferentes manifestaciones. Los resultados del análisis multivariado, sin embargo, ponen de manifiesto que los episodios de violencia física conyugal son más frecuentes entre las mujeres adultas jóvenes (20 a 34 años). Cuando se trata de la violencia emocional este mismo grupo aparece como el más propenso a recibir maltrato de parte de la pareja o expareja, y más grave aún es que las adolescentes experimentan riesgos de violencia emocional similares a las adultas jóvenes. En contraste, cualquiera sea el tipo de maltrato, las mujeres de 45 a 49 años de edad son las menos proclives a ser maltratadas.


Esto último llama la atención en dos sentidos. En primer lugar, podría ocurrir que las mujeres más viejas tiendan a no reconocer eventos violentos perpetrados por su compañero contra ella, a haberlos olvidado o simplemente a ocultarlos. En segundo lugar, existe la posibilidad de que haya habido un retroceso en cuanto a las conductas masculinas que se traducen en actos violentos en contra de su pareja. De esta forma, las mujeres más jóvenes tienen compañeros pertenecientes a un entorno etario próximo al de ella, por tanto, también jóvenes o relativamente jóvenes, quienes tendrían actitudes más favorables a la violencia contra la mujer.


A juzgar por la percepción del hombre sobre la mujer parecería que la última de las dos hipótesis planteadas en el párrafo precedente es la más plausible. Si esa visión masculina es enfocada a partir del papel que a juicio del hombre le corresponde a la mujer en la toma de decisiones a nivel familiar, los hombres más jóvenes (15 a 34 años) generalmente son quienes en mayor proporción piensan que el hombre tiene la última palabra al momento de decidir asuntos del hogar y de la propia mujer. Cuando la actitud del hombre se evalúa en función de su percepción sobre aspectos relacionados con derechos de la mujer, nuevamente son los más jóvenes quienes presentan las posiciones más retrógradas.


Cuando se analizaba la percepción de la propia mujer sobre aspectos relacionados con sus derechos se pone se manifiesto que no sólo los hombres más jóvenes son más proclives a ejercer violencia sobre su compañera, sino que las mujeres más jóvenes son más permisivas frente a las potenciales agresiones de su compañero. En forma adicional, los grupos geográficos, socio-económicos y demográficos donde los hombres son más propensos a perpetrar agresiones contra su pareja, son precisamente aquellos en los cuales las mujeres presentan una percepción más débil acerca de sus derechos. En consecuencia, las subpoblaciones caracterizadas por mayores niveles de violencia conyugal son aquellas donde convergen los niveles de percepción más bajos sobre el rol y los derechos de la mujer, tanto desde la visión masculina como de la perspectiva de la propia mujer.


Dado que la violencia se postula como elemento condicionante de la salud reproductiva, ha de esperarse que ante la comprobada existencia de escenarios favorables a la violencia conyugal se produzcan situaciones que afecten la salud reproductiva de la mujer, más allá de las fronteras de lo geográfico, lo socio-económico y cultural y lo demográfico. Esta situación ciertamente se verifica cuando, mediante análisis multivariado, se muestra que independiente de la situación que caracterice a las mujeres, quienes no han sido víctimas de maltrato físico de parte de su compañero tienden a usar el condón y cualquier otro método moderno con más frecuencia que aquellas que han sido maltratadas. A su vez, la violencia emocional no pareciera ejercer ningún tipo de influencia sobre el uso del condón, sin embargo, sí condiciona el uso de los demás métodos modernos.


En una relación similar a la presentada con respecto a otros métodos modernos, la violencia física conyugal tiene un elevado poder explicativo sobre el riesgo de contraer infecciones de transmisión sexual. Aislando el efecto de las diferentes características de la mujer y de su marido, quienes no han sido maltratadas tienen el doble de posibilidades de no contraer una ITS. La misma situación, con mayor magnitud, se presenta en el caso de la violencia emocional, donde independientemente de las condiciones de la mujer y de su entorno, quienes no han sido agredidas emocionalmente tienen una probabilidad de no contraer ITS´s más del doble con relación a quienes han recibido este tipo de maltrato.


Diversos escenarios vistos a partir de las diferentes etapas de análisis agotadas en este ejercicio ponen de manifiesto la magnitud, características e implicaciones de la violencia conyugal en la República Dominicana. No obstante, también se evidencia la necesidad de particularizar en la producción de información. La violencia debe ser estudiada de manera específica, en consecuencia, por un lado debe superarse el hecho de que la obtención de datos sobre este tema se deriva de su inclusión apenas como un módulo en encuestas destinadas a otros propósitos, por tanto, sin posibilidad de profundizar sobre el mismo. Por el otro lado, hay que superar el enfoque temático al momento de incluir el tema en las encuestas.


Se reconoce la importancia del marco ecológico en la explicación de la violencia contra la mujer, sin embargo, no se toma en cuenta al momento de elaborar las preguntas a través de las cuales se indaga acerca la violencia en las encuestas. Se acepta que las conductas que se traducen en eventos violentos son producto del accionar histórico sobre los escenarios envolventes de factores: sociedad-comunidad-familia-individuo. No obstante al momento de estudiar el fenómeno se considera al individuo desde una perspectiva transversal en el tiempo y aislado de su contexto familiar, comunitario y social.


La producción de conocimiento con miras a revertir los niveles de violencia perpetrados por el hombre en contra de su compañera y, por tanto, liberar a las mujeres, la familia y la sociedad de las consecuencias de este problema implica necesariamente superar estas limitaciones. Sólo a través del conocimiento cabal de la realidad será posible diseñar los mecanismos y encontrar las herramientas requeridas para cambiarla.




   

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