Música romántica y canciones
El bolero forma parte del cuantioso tesoro de composiciones románticas en la Republica Dominicana. Es de notarse, mucho antes de aparecer esta denominación como género, y específicamente desde el medio Siglo XIX, la composición dominicana de este tipo, entiéndase por ello aquellas de melodías bien trenzadas y letras con sentido poético refinado, es resaltada en documentos confiables de la época. Autores, cuyos nombres quedaron olvidados sin quererlo entre los meandros de la historia, forjaron todo un florilegio de las llamadas “Romanzas”, páginas hermosas de gran lirismo que conocimos gracias a la cuidadosa recolección del maestro José Dolores Cerón y certificadas muy recientemente con sus autores por el intelectual y musicólogo Miguel Holguin Veras en un trabajo digno de encomio.
Más tarde, a partir de los años treinta, nuevas composiciones populares bajo el nombre de bolero tuvieron lugar en el país escritas por laureados autores. Tres de ellos ocupan el excelso pináculo de la gloria, no sólo por su remota aparición en el tiempo, sino, por su permanencia en el mismo: Juan Lockward, Salvador Sturla y Manuel Sánchez Acosta. Durante la década siguiente y propiciado por la entonces Voz Dominicana, el país conoció una verdadera pléyade de fecundos compositores de canciones y boleros cuya riqueza cultural permanece imperturbable ante los efectos del tiempo y las generaciones, así como por los nuevas y sucesivas tendencias, por más profunda que parezca su penetración.
Desde entonces, esta producción de baladas y boleros románticas se ha mantenido constante, tanto en número como en calidad. Necesario es comprender, sin embargo, el desafío a que ha sido sometido la música en sentido general, ante un mundo en crisis y de continuos acontecimientos transformadores. El músico-compositor trabaja bajo el influjo inexorable de corrientes tecnológicas fascinantes pero preocupantes a la vez, que imponen metas de consumo diferentes al pensamiento creador, y mucho más cuando se trata de música popular, con toda la carga de mercadeo que la comprime y manipula.
Santo Domingo ha presentado su respuesta en concordancia con estos desafíos y reclamos de la convulsionada sociedad actual, conjugando las líricas del amor intenso, sufrido y abandonado, con las melodías sencillas del ayer, sin pretensiones ni complejas armonías. La modalidad llamada bachata ha causado las mejores e inesperadas impresiones en otras latitudes, hasta en las más lejanas, aunque siempre bajo el protectorado de las comunidades de compatriotas que van de manos con sus amoríos forjados en el lugar.
La bachata canta y llora, lo segundo más que lo primero, ciertamente, porque en el llanto está su mejor arma de penetración. Es en efecto, una expresión de tipo cultural que antes de ser desdeñada con o sin razón por los académicos y puristas de la música, debe ser bien ponderada por todos, aunque mucho más por aquellos que se ocupan de estudiar los movimientos y respuestas sociales de los pueblos cuando sus intereses individuales y ciudadanos son lesionados por la inclemencia de los acontecimientos.
Por: Rafael Solano, Santo Domingo. Verano 2005